¿CUÁL ES LA HISTORIA DE LA “ANTIEVOLUCIÓN”?

Por Adam Shapiro

Puede que nadie quiera ser un “Anti”. En los debates sobre el aborto en Estados Unidos, ambas partes se identifican típicamente como “Pro-” (Elección o Vida) y degradan a sus oponentes como “anti” algo más; anti-aborto, anti-vida, anti-mujeres. Las personas, organizaciones y declaraciones pueden ser descritas como anti-islámicas, anti-familiares, antisemitas, anti-UE, anti-LGBT; estos descriptores se utilizan con gran frecuencia de manera crítica.

Parece que vivimos en una era anti-anti, y como historiador, es importante ser muy sensible a las “categorías de actores” que describen y clasifican las ideas y cuestiones en las formas que la propia gente utiliza. Por eso algunos historiadores de la “ciencia” y la “religión” se han pronunciado contra el uso de esos términos para describir la actividad humana en el mundo antiguo, o en las culturas no occidentales. A su vez, respetar las categorías de los actores no significa dar a las figuras históricas licencia para definir su propio legado. La retrospectiva y el contexto permiten a los historiadores analizar las tendencias más amplias de las que forman parte los individuos, incluso cuando la gente de la época no podía verlas.

En la intersección de estas dos preocupaciones -cómo evitar las categorías intelectuales anacrónicas y la reticencia retórica a etiquetarse a sí mismo como “anti”- surge una cuestión importante para los historiadores de la ciencia y la religión. ¿Cómo se puede hablar de “antievolución”? ¿Significa el uso del término un sesgo, sugiriendo que un grupo está equivocado? ¿Es injusto utilizar el término “antievolución”, si aquellos descritos como antievolucionistas se oponen a la descripción? ¿Representa el término una posición intelectual singular, o agrupa injustamente movimientos dispares que deberían tratarse por separado?

Estas preguntas surgen a raíz de un reciente ensayo del defensor del diseño inteligente (DI o ID, del inglés Intelligent Design) David Klinghoffer, en el que llamó al uso de la palabra antievolución: “terminología destinada a ganar un debate sin tenerlo realmente”. El hecho de que Klinghoffer planteara esta queja menos de un mes después de describir a algunos de sus propios oponentes intelectuales como “Anti-DI“, muestra cómo esta táctica retórica puede actuar en todas las direcciones. En parte, Klinghoffer escribió su ensayo en respuesta a un artículo mío, que hablaba sobre el futuro potencial del antievolucionismo americano tras los recientes cambios en la ley federal de educación de los Estados Unidos. (Klinghoffer no aborda la sustancia de ese artículo o su análisis legal, y la mayor parte de su artículo se sumerge en críticas al término “anti-ciencia”, que no es una frase que yo en realidad haya utilizado).

Como historiador y comentarista de temas actuales de ciencia y religión en su contexto histórico, no intento “ganar un debate” sobre si DI es correcto. Pero he escrito bastante acerca de cómo los partidarios, en todos los aspectos de los debates sobre la evolución, inventan y utilizan mitos históricos, y Klinghoffer y yo hemos debatido anteriormente sobre su (y la de otros compañeros del Discovery Institute) interpretación de la historia. De hecho, estoy de acuerdo con la observación de Klinghoffer de que la retórica utilizada para describir la “antievolución” tiene importancia. Más o menos al mismo tiempo que Klinghoffer escribía su ensayo, publiqué un capítulo sobre el antievolucionismo en un libro sobre “Ignorance-Making” (Crear ignorancia) en la educación americana. En ese ensayo (ver fragmento aquí) empiezo diciendo que “‘antievolución es un término cargado” que “denota una afirmación inherentemente negativa”. Continúo argumentando:

Describir a las personas como antievolucionistas es identificarlas más por lo que no creen que por lo que hacen. Dicha descripción supone que sus afirmaciones positivas son, de hecho, secundarias a las negativas, que su principal preocupación no es fomentar su relato de la vida sino poner en duda la evolución. La etiqueta también sugiere una causa común entre estos grupos e implica, a veces con razón, vínculos históricos e intelectuales entre ellos.

El término “antievolución” difiere de algunas de estas otras posiciones “anti” en que es una categoría de actores históricamente exacta. Hubo un movimiento que se identificó a sí mismo como “Antievolución” (que, como señala Klinghoffer, fue el tema de mi primer libro). El uso del término antievolución para describir ese movimiento y sus sucesores podría ser visto como un juego de manos retórico, que sugiere que el diseño inteligente tiene una falta de validez filosófica o científica. Sin embargo, el uso del término en el análisis histórico y cultural hace un tipo de afirmación diferente. En este contexto, la afirmación se refiere a la continuidad intelectual, jurídica y social del movimiento, con las formas anteriores de antievolucionismo autoidentificado. Este segundo uso no es un intento de ganar un debate sobre si el DI es correcto o incorrecto, sino de sacar una conclusión sobre cómo encaja en una historia más larga de los movimientos sociales estadounidenses en el ámbito de la educación.

No se consideraba tan malo ser un anti-algo en épocas anteriores de la historia americana. Por ejemplo, la Sociedad Antiesclavista Estadounidense (American Anti-Slavery Society) establecida en 1833, fue una de las organizaciones con mayor influencia en la abolición. A principios del siglo XX, la prohibición del consumo de alcohol en los Estados Unidos se logró gracias a los esfuerzos de organizaciones como la Anti-Saloon League. Lo que es más, una organización de protección de los animales de Chicago sigue conservando el nombre de Anti-Cruelty Society desde su fundación a fines del siglo XIX.

Históricamente hablando, no hay duda de que algunos antievolucionistas también adoptaron la terminología “anti”. En la parte superior de esta página aparece una de las fotografías más icónicas. Tomada durante el juicio de la evolución de Scopes en 1925, la foto muestra el puesto del evangelista T.T. Martin fuera de los juzgados, donde está vendiendo copias de su libro “Hell and the High School” bajo la bandera de la “Liga Anti-Evolución” (Anti-Evolution League) de William Bell Riley. Cinco años antes de que se tomara esta fotografía, Martin también fundó la Sociedad Anti-Evolución de América.

En la América de la década de los años 20, la gente no tenía ningún problema en llamarse a sí mismos antievolucionistas. Esto plantea una pregunta interesante para los historiadores: ¿cuándo y cómo cambió esta identificación retórica? Una interpretación prevaleciente es que este cambio siguió de cerca los desarrollos legales relacionados con la enseñanza de la evolución en las escuelas americanas. En 1968, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictaminó que las leyes estatales que prohibían la enseñanza de la evolución, por ser contrarias a la Biblia, violaban la Constitución de los Estados Unidos. Después de este fallo no fue legalmente posible abogar por el antievolucionismo. Poco después surgieron leyes que exigían un “tratamiento equilibrado” entre la “ciencia de la evolución” y la “ciencia de la creación”. La cuestión histórica de interés no es si la ciencia de la creación es una ciencia o una religión, sino si los defensores de las leyes de tratamiento equilibrado en realidad pretendían que los profesores presentaran ambos informes, o si pensaban que esta ley incitaría a la mayoría de los profesores a evitar el tema por completo. En los juicios que impugnaron estas leyes en la década de 1980, se argumentó que la ley no era simplemente un esfuerzo para promover la creación bíblica, sino que era realmente un medio para ilegalizar la evolución sin prohibirla legalmente. Era, en otras palabras, un antievolucionismo sigiloso. En las principales historias de esta trayectoria es más probable que se usen los términos Creación o Creacionismo que antievolución. Sin embargo, esta frase plantea la cuestión de si el diseño inteligente es inherentemente lo mismo que el creacionismo (religioso), que el Discovery Institute desaprueba firmemente. “Antievolución”, por lo tanto, es un término que muestra puntos de continuidad histórica sin afirmar que el carácter del antievolucionismo no ha cambiado. En resumen: el antievolucionismo evoluciona.

Los historiadores y los eruditos jurídicos han demostrado de forma sustancial que hay conexiones sociales e históricas entre el movimiento de la ciencia de la creación de la década de 1980 y el diseño inteligente de hoy en día. Eso no significa que las teorías asociadas al DI moderno sean las mismas que las de la ciencia de la creación, o que el DI sea o no una ciencia, o incluso si es religioso o no. Uno podría incluso aceptar, por el bien del argumento, que el diseño inteligente complementa algunos relatos evolutivos, en lugar de oponerse a ellos (aunque muchos lo discutirían). Estos temas son objeto de debate entre científicos, filósofos y teólogos. Pero la cuestión de los orígenes sociales de la defensa del diseño inteligente es histórica. ¿Está el diseño inteligente destinado a -explícitamente o no- disminuir la enseñanza de la evolución? ¿Es, dentro de esa continuidad histórica, una forma de antievolución?

Desde el punto de vista legal, el estado actual de la defensa del diseño inteligente no tiene como objetivo explícito prohibir la evolución. Las leyes de “libertad académica” que el Discovery Institute ha defendido no prohíben explícitamente nada. El Discovery Institute y algunos de los otros defensores del diseño inteligente son cuidadosos con la distinción entre presentar el diseño inteligente y respaldar la religión, distinguiendo el DI del creacionismo como abiertamente religioso, e incluso son cuidadosos con la distinción entre permitir el DI y eliminar la evolución. Sin embargo, es una cuestión de registro que a menudo se producen desconexiones entre lo que las leyes estatales permiten y prohíben, y lo que realmente sucede en el aula. Por lo tanto, la verdadera pregunta es, si tales disposiciones de libertad académica contribuyen al antievolucionismo en la práctica. Hay ejemplos de profesores y distritos escolares que afirman que están promoviendo el diseño inteligente como una alternativa científica a la evolución convencional, que en la práctica utilizan la retórica del diseño inteligente para promover agendas abiertamente religiosas y así practicar el antievolucionismo. ¿Es esa una consecuencia predecible, pero tal vez sigilosa, de la promoción del diseño inteligente? Sin duda, algunas personas han planteado este caso.

Mi intención en este artículo no es argumentar si el diseño inteligente es o no cierto, si es o no científico o religioso, o si es lo mismo que el creacionismo, o si la teoría tal como se expresa es inherentemente opuesta a las teorías científicas de la evolución predominantes. Mi objetivo es considerar el papel del término antievolución como una categoría histórica. Para ello, hay que entender la “antievolución” no sólo para referirse a una afirmación negativa específica (que la evolución biológica es errónea) sino como un movimiento social cuyos orígenes se arraigaron en personas que se identificaron con esa afirmación. Es un movimiento social con objetivos políticos articulados, y considerada de esta manera, la antievolución es una etiqueta que permite identificar la continuidad histórica. Incluso puede ser que la antievolución como movimiento social ya no coincida exactamente con las reivindicaciones intelectuales presentadas a su instigación, pero en la historia de los movimientos sociales, no es raro que los nombres se separen de sus significados originales.

Existe el peligro de interpretar la categoría histórica “antievolución” mediante el cinismo retórico de la mentalidad actual, que considera que la etiqueta de “anti” es intrínsecamente degradante y un medio sesgado de evitar el debate. A pesar de ello, negar su uso como categoría histórica es volver a enmarcar la historia, dar a entender que el diseño inteligente moderno no tiene conexiones históricas con las generaciones de antievolucionistas desconcertados que le precedieron.

Adam Shapiro es el autor de Trying Biology: The Scopes Trial, Textbooks, and the Antievolution movement in American Schools. Sigue a Adam en Twitter: @TryingBiology

Esta publicación fue traducida al español del texto original en inglés. Si lee algún error o desea darnos su opinión sobre esta traducción, contáctenos aquí: https://scienceandbeliefinsociety.org/contact-us/