LA UNIFORMIDAD, LA CRÍTICA BÍBLICA Y LA ACTIVIDAD SOBRENATURAL EN EL SIGLO XIX

Por Nathan Bossoh

Mosaico de Jesucristo en el techo de una igliesia en Cambridge (Reino Unido). De dominio publico.

En junio de 1887 el escritor canadiense Grant Allen resumió acertadamente la evolución de la ciencia durante los cincuenta años anteriores en un artículo para la Fortnightly Review titulado “The Progress of Science from 1836 to 1886” (El progreso de la ciencia desde 1836 a 1886). Después de proporcionar una visión general elaborada pero breve de la inmensa expansión de la ciencia, Allen concluyó que:

“En maravilloso contraste con la ciencia fragmentaria y disyuntiva de hace cincuenta años, la ciencia moderna nos ofrece hoy en día el espectáculo de un cosmos simple, unificado y comprensible, que consiste en todas partes en los mismos elementos primarios, unidos en todas partes por las mismas grandes fuerzas, animados en todas partes por las mismas energías constantes e indestructibles, que evolucionan en todas partes a lo largo de las mismas líneas de acuerdo con los mismos principios subyacentes”.

Allen, G., 1887. The progress of science from 1836 to 1886. Fortnightly Review, May 1856-Junio 1934, 41 (246), p.868-884.

Los comentarios de Allen eran una alusión directa al principio de uniformidad en la naturaleza; esta era la idea que la ciencia había demostrado —mediante el método inductivo—, que el universo actuaba de acuerdo a ciertas leyes fijas que no podían ser alteradas en ningún momento, ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. Esto planteaba un problema para una consideración religiosa concreta: si la ciencia confirmaba la uniformidad, ¿qué espacio había para la intervención de Dios en la naturaleza? Durante los años 1860 y 70 esta cuestión se situó en la vanguardia de la sociedad británica, pero como demostraré, no se trataba de un simple caso de conflicto entre la ciencia y la religión. Tanto los teístas como los naturalistas utilizaron la uniformidad para explicar cómo los milagros podían o no ocurrir, y con mucha frecuencia los supuestos límites entre la ciencia y la religión eran muy borrosos.

Las severas críticas sobre la posibilidad de los milagros se remontan al menos al siglo XVIII y a las obras del eclesiástico inglés Conyers Middleton (1749) y del filósofo escocés David Hume (1748). Middleton puso en duda los milagros de los primeros padres de la iglesia, que los protestantes habían aceptado tradicionalmente como legítimos, mientras que Hume llevó esta crítica aún más lejos, afirmando que no podría haber ocurrido ningún milagro ya que habría sido “una violación de las leyes de la naturaleza” (1). Fue también el siglo XVIII el que dio lugar a la crítica bíblica, que se basó en gran medida en los estudios de los teólogos liberales racionales alemanes. Estos teólogos liberales trataron de replantear la forma en que se entendía la Biblia. Los protestantes conservadores habían afirmado, desde la reforma, milagros y profecías bíblicas, y se suponía que los relatos históricos de las escrituras eran literalmente exactos, como el relato del Arca de Noé (Génesis 6-9). Pero esto no era aceptable para los nuevos pensadores liberales. El teólogo alemán David Strauss lo expresó de manera muy breve cuando escribió en su libro “La vida de Jesús” (1835) que podíamos rechazar todos los milagros, profecías y relatos de ángeles y demonios “como simplemente imposibles e irreconciliables con las leyes conocidas y universales que rigen el curso de los acontecimientos”. (2)

Aunque eran muy conscientes de acontecimientos como la Revolución Francesa (1789-1799) y la introducción de la más alta crítica alemana, los clérigos ingleses del siglo XIX siguieron aportando argumentos para la veracidad de los milagros de la Biblia. Sin embargo, entendieron el reto que Hume y la teología liberal habían planteado. A mediados del siglo XIX el problema tácito de los milagros ya no podía contenerse, y su veracidad fue cuestionada abiertamente, tanto desde el campo naturalista como desde el teísta.

Para 1865 el historiador William Lecky fue capaz de identificar al menos tres enfoques diferentes del problema de los milagros desde el campo teísta (3). En primer lugar estaba la escuela evidencialista cristiana, formada por intelectuales que reconocían fácilmente el relato bíblico tradicional de los milagros. En segundo lugar, los racionalistas liberales, intelectuales que, aunque se aferran a la fe cristiana, son muy escépticos con respecto a las afirmaciones sobrenaturales. En tercer lugar, Lecky identificó un grupo que constaba de miembros que se situaban a medio camino entre los evidencialistas y los racionalistas, a los que yo llamo “racionalistas de la evidencia”. Este grupo aceptaba la validez de los milagros, pero aplicaba una explicación nueva para apoyar su postura. Esto deja un cuarto grupo: los naturalistas científicos/agnósticos, que estarían de acuerdo con la escuela racionalista en que los milagros no pueden ocurrir, pero que no están de acuerdo con ellos argumentando que la evidencia de la existencia de Dios en el mejor de los casos es tenue.

El sacerdote anglicano y profesor de geometría de Oxford, Baden Powell, manifestó su apoyo a la escuela racionalista en el muy controvertido “Essays and Reviews” (1860). En un capítulo sobre los milagros Powell afirmó que, debido tanto a la uniformidad de la naturaleza como al método crítico alemán, los milagros bíblicos no podrían haber ocurrido (4). Los historiadores escriben regularmente sobre la uniformidad en relación con la ciencia; la crítica bíblica, sin embargo, es mucho menos estudiada. No obstante, esto oscurece una parte igualmente importante del discurso victoriano no solo sobre los milagros, sino también sobre las relaciones más amplias de la ciencia y la religión. En este caso concreto, los defensores de la crítica bíblica sostenían que la Biblia ya no podía leerse como un libro inmune a los juicios de la historia estándar. Más bien, debería leerse como cualquier libro histórico ordinario, y sujeto a las reglas regulares de la naturaleza. Como profesor de geometría, Powell estaba muy familiarizado con el concepto de uniformidad y sobre estas bases rechazaba los milagros. El profesor de física John Tyndall presentó este argumento implacablemente en la década de 1870 en la forma de “oración-guía-debate“. En una serie de publicaciones a lo largo de la década de 1870 Tyndall (y sus partidarios) sostuvieron que desde el heliocentrismo, pasando por la expansión geológica de la edad de la tierra, hasta la teoría de la evolución, siempre que las afirmaciones bíblicas sobre el mundo físico se sometían a la investigación científica, la Biblia se mostraba profundamente equivocada. Desde el punto de vista de Tyndall, el poder físico de la oración, que muchos teólogos conservadores, tanto protestantes como católicos aceptaron, fue la siguiente afirmación teológica que se sometió a investigación científica, y no preveía un resultado positivo para quienes afirmaban sus capacidades (5).

Hasta ahora, solo hemos explorado los argumentos en contra de los milagros, por lo que ahora exploraremos lo contrario. De hecho, algunos pensadores cristianos no fueron persuadidos en absoluto por los argumentos racionalistas o naturalistas. El 8º Duque de Argyll, el teólogo John Tulloch y el filósofo James McCosh, por ejemplo, argumentaron que, en contraste con las contundentes afirmaciones de Tyndall y Powell, la uniformidad y los milagros iban de la mano. Para ello, cambiaron los términos del debate. Argyll, Tulloch y McCosh afirmaron que en lugar de que los milagros fueran contrarios a las leyes de la naturaleza como Hume había declarado, eran simplemente el funcionamiento de leyes superiores de la naturaleza desconocidas para nosotros. Esta proposición era la proposición agustiniana revivificada en un momento en que una vez más demostró ser útil. Para San Agustín, los milagros no eran contrarios a la naturaleza, sino más bien contrarios a nuestro propio conocimiento de la naturaleza (6). De manera similar, Tulloch podía afirmar que en lugar de hablar de violaciones de las leyes, solamente necesitamos hablar de leyes superiores e inferiores. Bajo esta luz los milagros bíblicos no amenazaban la uniformidad porque eran simplemente “expresiones del orden divino en…nuevas formas”. (7)

De hecho, cuando profundizamos, podemos localizar muchos puntos de acuerdo entre cada uno de estos campos. Por ejemplo, tanto Powell como Argyll estuvieron de acuerdo en que ciertos eventos que parecían milagrosos ahora pueden explicarse por la ciencia en el futuro. La diferencia entre ellos, era que mientras Powell creía que todo lo que parecía milagroso podía ser explicado eventualmente, Argyll argumentaba que ciertas cosas nunca podrían ser explicadas, y eran estas incógnitas las que realmente eran milagrosas en el sentido agustiniano. Frederick Temple, un colaborador de “Essays and Reviews”, y más tarde Arzobispo de Canterbury (RU) continuó afirmando los milagros bíblicos con la simple observación de que la naturaleza de un milagro puede ser encontrada en el tiempo o la intención del evento, a diferencia de su supuesta violación de la regularidad natural (8).

Desde la introducción de la crítica bíblica en el siglo XVIII hasta los posteriores y notables avances en las ciencias durante el siglo XIX, los puntos de vista sobre los milagros bíblicos fueron fundamentalmente alterados, pero no hay que suponer que los teístas inevitablemente perdieron terreno frente a los naturalistas. Por el contrario, se debe considerar que los debates tienen lugar en un espectro en el que las perspectivas teístas y naturalistas se mezclan de muchas maneras. Como ha sostenido el historiador de ciencia Matthew Stanley, “la uniformidad de la naturaleza se convirtió, en efecto, en un supuesto cada vez más crítico de la ciencia a lo largo del siglo, pero su función como categoría antirreligiosa no estaba nada clara”. 9) Añadiría que la crítica bíblica también se convirtió en un supuesto cada vez más crucial en la teología durante este período; la futura investigación histórica debería tratar de abordar esto. El papel de la crítica bíblica a lo largo de la mitad y final del siglo XIX no se limitó a la cuestión de los milagros, sino que se extendió directamente al propio marco del discurso científico y religioso en su conjunto.

Nathan Bossoh es estudiante de doctorado en historia y filosofía de la ciencia en UCL/Royal Institution. Su investigación se centra en la producción científica y religiosa del 8º Duque de Argyll, y más en general la influencia del aristócrata en ambos campos durante la era victoriana. Si deseas más información, consulta el perfil de investigación de Nathan. Sigue a Nathan en Twitter: @nathanbossoh

Esta publicación fue traducida al español del texto original en inglés. Si lee algún error o desea darnos su opinión sobre esta traducción, contáctenos aquí: https://scienceandbeliefinsociety.org/contact-us/

References:

  1. See Elgin, G, Vernon., 1960. The Eighteenth Century Discussion Concerning the Continuation of Miracles After the Apostolic Age with Special Reference to the Writings of Conyers Middleton. Ph. D. Edinburgh University ; also see Hume, D., 1748. An Enquiry Concerning Human Understanding. London: A. Millar. p.180
  2. Strauss, Friedrich, D., 1902 The Life of Jesus. Translation of fourth German edition. London: Swan Sonnenschein & Co. Lim. p.71
  3. Lecky, W., 1865. History of the Rise and Influence of the Spirit of Rationalism in Europe. Vol1. London: Longmans, Greens and Co. p.151-205
  4. Powell, Baden., 1860. On the Study of the Evidences of Christianity, in: 1860. Essays and Reviews. London: John W. Parker and Son, West Strand. p.107, 142
  5. In 1876 John O. Means complied (in chronological order) all of the articles replies – in support or opposition – to the proposed prayer-gauge debate during the early 1870s; this was then published under the title The Prayer-Gauge Debate. See Tyndall, John., 1872. On Prayer in: J, Means, ed. 1876. The Prayer-Gauge Debate. Boston: Congregational Publishing Society. p.111
  6. St Augustine. Contra Faustum, XXVI.3. Available at <http://www.newadvent.org/fathers/140626.htm>
  7. Tulloch, J. 1863. Beginning Life. London: Alexander Strahan & Co. p.35
  8. T, Frederick., 1884. The Relations between Religion and Science. London: Macmillan.VII.
  9. Stanley, M., 2011. The Uniformity of Natural Laws in Victorian Britain: Naturalism, Theism, and Scientific Practice. Zygon Journal of Religion & Science. [e-journal] 46(3). Available through: Wiley Online Library website https://onlinelibrary-wiley-com.libproxy.ucl.ac.uk/doi/full/10.1111/j.1467-9744.2011.01198.x